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lunes, septiembre 19, 2011

Haciendo tiempo

 En infinitos mundos mi situación será la misma, pero tal vez la causa de mi encierro gradualmente pierda su nobleza, hasta ser sórdida, y quizá mis líneas tengan, en otros mundos, la innegable superioridad de un adjetivo feliz. A Bioy Casares


Veinte minutos para hacer tiempo. Me pregunto como se hace el tiempo y el porqué de ese modismo del lenguaje. Simplemente camino por la Plaza Francia solo habitada por algunos turistas un mediodía de martes. Miro la hora. Dos parejas brasileñas buscan sacarse una foto con el campanario de la Iglesia del Pilar de fondo. Me ofrezco a ayudarlos y que salgan los cuatro. Una cámara digital de las buenas y tan recién comprada que este buen hombre no sabía usarla. Me metí en un brete del que salí airosa. Le tomé la fotografía y luego del "molto obligado" y muchas sonrisas seguí caminando. Pocos pasos por ese adoquinado del que ya casi no queda en la ciudad, ese que secuestra tus tacos y te hace tambalear. Y me encontré en la puerta del Cementerio de la Recoleta. Entro a caminar por el pasado esos veinte minutos. Tal vez yendo para atrás se hacía el tiempo. Y si, a pocos pasos de ingresar miré el inmenso mapa con la numeración que indicaba personas o familias célebres. Lo primero que vi fue el número que indicaba la de Bioy Casares. Un par de callecitas adelante y apenas la la izquierda empecé a curiosear. Sola en esos pasajes tan vivos de pasado y de historia me sobresaltó la voz de alguien que me preguntó: ¿Busca al escritor? . El hombre de vestimenta de trabajo azul me hizo volver al presente bruscamente pero fue muy amable. Entre las dos bóvedas que referían al apellido familiar me indicó . "Dicen que está en ésta" (la de la esquina). Me quedé un rato. Traté de imaginar como habrá imaginado Honorario Bustos Domecq la muerte. Tal vez como un personaje de su pluma. O tal vez como su amigo de andanzas literarias: "La muerte es una vida vivida. La vida es una muerte que viene." En el silencio de ese mediodía una voz extraña me atrajo. El cielo estaba tan celeste que parecía un cuadro. Casi dudé si buscarla. Caminé por la angosta vereda de los que ya no estaban hasta la calle central de los álamos. Esos árboles altísimos que hechas raíces siempre verticales y profundas. Algunos dicen que habitan los cementerios porque conducen las almas a los cielos. La voz se hizo presente. Acompañada por un grupo de españoles era una mujer que guiaba la visita y en ese momento contaba las dos épocas que marcaban la arquitectura, la de 1822 mas sencilla  y la primera remodelación en 1881 por el primer intendente Torcuato de Alvear. La guía era por demás interesante pero yo había logrado lo que quería. Había hecho tiempo pero por esas cosas extrañas de la vida cuando uno hace tiempo se queda sin él. Y seguí mi camino. Me perdí entre las calles y la gente que hacen que uno se olvida de la muerte por un rato. Y me prometí volver, pero para tomar una visita guiada. Buenos Aires es un destino turístico como pocos, sobre todo para los que elegimos vivir nuestra existencia en ella.