viernes, abril 27, 2007

LA PRIMERA NOCHEBUENA : Diciembre 2006






A donde van las palabras que no se quedaron? ¿A donde van las miradas que un día partieron? ¿Acaso flotan eternas, como prisioneras de un ventarrón? ¿O se acurrucan, entre las endijas, buscando calor? ¿Acaso ruedan sobre los cristales, cual gotas de lluvia que quieren pasar? ¿Acaso nunca vuelven a ser algo? ¿acaso se van? ¿Y a donde van? ¿a donde van? Silvio Rodriguez


Ha pasado ya la tercera parte del año y me doy cuenta que no he puesto en el blog la crónica de navidad. Inmediatamente viene a mi mente que fue la primera que he pasado sin mi madre. También fue distinto que estuviéramos en el quincho y la terraza que construimos en la primavera. Un lugar de la casa que ella no conoció. Hace un rato cuando miraba el álbum de fotos de esa noche pensé porque extraño mecanismo la vida sigue y nosotros continuamos en ella a pesar de las pérdidas y las ausencias. Obviamente que alguna vez seremos nosotros los que dejemos el espacio temporal, sin embargo, sin pretender entrar en filosofía barata, creo que cada uno establece la relación con la muerte en forma personal así como con el resto del mundo desde la misma primera infancia por lo menos. De alguna forma, nos vamos conociendo, vamos tomando confianza, le ofrecemos nuestro respeto y alguna vez, quizá, también logremos naturalizarla, al menos en cuando los tiempos son acordes y uno no tiene el cruel horror de perder sus hijos. Igualmente, esa sensación de que literalmente será “nunca mas” es verdaderamente impotente. En estos meses vinieron a mi mente algunos momentos de mi niñez, entre ellos puntualmente uno: mi madre recordando a su padre que había fallecido de leucemia y mientras me lo contaba se le llenaban los ojos de lágrimas. Debieron pasar muchos años, en realidad debí tener casi los mismos que ella cuando perdió a mi abuelo, para comprender en lo más profundo de mi corazón lo que sentía el suyo. Yo era niña pequeña y ahora que lo pienso, a pesar de tantos años que pasaron y crecer y tener mi propia familia, cada tanto, cuando recordaba a mis abuelos, aparecían la humedad y el brillo en sus clarísimos ojos celestes. Es muy ambigua nuestra relación con la muerte, porque a pesar de su inevitabilidad, uno sabe que en un lugar que cada uno sabrá donde lo ubica, esos seres que se fueron de la vida antes que nosotros, siguen estando. Hay olores, colores, pequeños episodios, objetos, sueños (aquellas pequeñas cosas como decía Serrat) en la que están mas presentes que nunca. A veces incluso, en nuestro propio andar o decir. Y la Nochebuena fue así. Estuvo sin estar. Cuando mi hermano acariciaba las teclas del piano y todos hacían música. Cuando bailamos y nos disfrazamos. Cuando los mas jóvenes subían y bajaban las escaleras en busca de bebidas para seguir brindando y cantando. En la alegría de nietos y abuelos. Estuvo en todos los momentos musicales de la noche. Juan Manuel escribió en la dedicatoria de su disco, que la abuela estaba en cada nota que tocaba. Y seguramente es cierto. Y ella será más feliz que nadie sabiendo que es en la música desde donde nos sigue acompañando. Porque la música nunca va a morir.
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